Por GM
Les escribo, estimados y estimadas, por un motivo poco alegre y festivo, por lo que me abstendré casi completamente del humor sarcástico y ácido característico de esta columna, para hablar en un tono más serio de una situación de la que he sido testigo hace un par de semanas, y que de verdad me conmueve.
Muchos son quienes han escrito (Me incluyo entre ellos) largas cartas, posteos en blogs, misivas y demases sobre el despecho, el desamor, y todo el dolor que sentimos cuando Cupido nos juega una mala pasada. Nadie es inmune al desamor, e incluso los más fuertes y recios varones, y aquellas señoritas que dicen ser ajenas a la infatuación que dicho sentimiento produce, por dentro caen rendidos frente a la mirada, a un suspiro, a una palabra de la persona objeto de sus deseos. ¡Y cómo culparlos!
Pero nosotros, los asiduos a la escritura, tenemos una vía de escape que muchos desconocen: El teñir páginas y páginas con nuestras lágrimas y odios manuscritos, de tal manera que esos sentimientos que afloran, tanto de amor como de odio, tienen un cauce natural donde verter su potencia, y no ahogar nuestro quehacer cotidiano. Al menos, no completamente.
Hoy hablo en nombre de una criatura que no tiene escape, pues no enfrenta su situación sino que la esconde, para salvar apariencias y mantener la “dignidad” frente a los pares. Y vengo a hablar también de la otra cara de la moneda, cuando es la contraparte la dañada, mientras que uno camina feliz y contento por la vida.
No es una historia personal, mía, propia, por lo que me abstendré de mi sinceridad característica (Ja!) y evitaré nombres y situaciones delatadoras. Tampoco la persona de quien hablaré es víctima de mi hacer, o no hacer, sino que es simplemente alguien ahora cercano a mí, y que me inspira tanto cariño como lástima por lo que ha vivido.
Los detalles de su historia, de su desamor y de por qué terminó destruida internamente como lo está, no vienen al caso. Lo que me motiva a escribir hoy es cómo es posible que una persona tan buena, y uso este término de manera certera, puro y llena de cariño puede ser malograda a tal punto que se esconde en sí misma y evita el afecto, como quien evita el veneno, a sabiendas de su efecto nocivo para el cuerpo, la mente y el alma.
Me pregunto cuantas personas a mi alrededor, como ella, usan una máscara invisible de sonrisas y “buena onda” para evitar preguntas incómodas y situaciones molestas, cuando por dentro lloran todavía por una pérdida, un engaño, y esperan secretamente despertar de aquella pesadilla para volver a disfrutar del amor pleno del pasado. Aún peor, cuántas veces yo he hecho lo mismo frente a mis pares, ignorando mi propio sufrimiento interno.
Leía hace un tiempo, en un diario nacional, que estudios realizados por la Universidad de Oxford, en Inglaterra, revelan que el hombre que sufre por amor vive en promedio dos años menos que quienes tienen la suerte de no sufrir estas situaciones. ¿Tan drástico es la depresión interna, que nuestros órganos y células envejecen aún más?
Todos hemos leído o escuchado, pasada la adolescencia y la edad idealista, que el amor no es más que un conjunto de sustancias secretadas por nuestros cerebros frente a un estímulo que le es agradable, en nada diferente a la reacción que produce ver un chocolate, guardando las proporciones claramente. Ésta reacción química seda al cuerpo, y es esa “tranquilidad y sensación de alegría”, lo que también se puede conseguir con ciertos fármacos, lo que nos motiva a lanzarnos a la aventura del amor, con las funestas consecuencias que sabemos existen, pero preferimos ignorar.
No soy un entendido en biología, en ninguna de sus áreas, pero me niego a creer que cierta reacción química producida por un estímulo aleatorio puede convertir a una persona amable, cariñosa y llena de buenos sentimientos en alguien con resentimiento, odios y problemas, a tal manera que son casi irreconocibles una de la otra.
¿Existe finalmente la metamorfosis humana? ¿Un cambio radical en costumbres, modos y formas, todo a raíz de un desamor? ¿Es el amor, el sentimiento que todo lo puede, capaz también de destruir a alguien?
Quizás peque de altanería viendo esta situación con ojo de estudio, cuando debería ser más empático. Pero probablemente lo vea así porque tengo una máscara también. Esa máscara esconde el miedo de pensar… ¿Y si eso me llegara a pasar a mí también?